Durante años creí que tenerlo todo bajo control era sinónimo de madurez, de responsabilidad o de ser "una mujer que sabe lo que hace". Bueno, algo así.
Planificar, prever, anticiparme a los posibles problemas, son cosas que te aportan seguridad y tranquilidad en el día a día. Incluso tener siempre un plan B, C o incluso D, por si las cosas no salen como estaba previsto. Porque si lo controlaba todo, nada podría salirse del guion. Y si nada se salía del guion, yo no sufriría. Y así era para mí, al menos hace años.
¡Bendita ignorancia!
Pero claro, eso es inviable, no se puede pretender ese nivel de control y menos cuando en todas las situaciones imaginadas o imaginables participan tercero ¡y eso no se puede controlar!
Por eso un día, con paciencia, entendí que vivir controlando no es vivir tranquila, sino todo lo contrario. Esa aspiración de control implica vivir en una tensión constante que no es ni sana ni normal.
Implica tener la mente ocupada todo el tiempo, con mil pestañas abiertas, imaginando futuros posibles que ni siquiera llegan o como le decimos a mi abuela "estás sufriendo por si pasa esto o lo otro, pero ¿y si no pasa? Habrás sufrido para nada".
Aspirar al control es creer que el orden externo garantiza la paz interna… cuando en realidad muchas veces es al revés.
Por eso, aunque el control puede ser una forma elegante de miedo: miedo a perder, miedo a sentir, miedo a no saber reaccionar, no es más que otro aspecto que debemos entender y dejar pasar. Y es que tampoco el miedo en sí es lo peor que nos oculta la sensación, porque esa ilusión de seguridad que nos hace creer que lo tenemos “todo bajo control” es como el cóctel perfecto para predecir un colapso.
Con el tiempo descubrí algo curioso: cuanto más dejaba espacio a lo imprevisto, más ligera me sentía y eso es lo que quiero que experimentes, ligereza, porque esa es la verdadera tranquilidad.
Y cuando dejé de intentar que las cosas salieran perfectas, muchas empezaron a salir mejor. No porque todo fuera ideal, sino porque yo estaba más presente, más viva, más flexible.
A veces controlar menos es, paradójicamente, tomar verdadero control: el de elegir cómo quiero vivir cada momento, aunque no tenga ni idea de qué vendrá después.
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