Si tuviera que resumir mis cuarenta y cinco en una frase sería esta: “No tengo tiempo para tonterías… y qué liberador es descubrirlo”.
Pero claro, para llegar hasta aquí hubo que tropezar, llorar, equivocarse y, sobre todo, desaprender mucho de lo que creía que “había que hacer” para ser feliz, exitosa o, simplemente, aceptada.
¡Cuánta energía desperdiciada! Y qué importante es saber qué batallas lidiar y cuáles abandonar sin más. Por otro lado, creo que el orgullo mal interpretado es uno de los peores inventos sociales.
Hoy quiero contarte algunas de esas cosas que solo entendí después de los 40 (maravillosa década). Y así, si te ahorras alguno de estos tropiezos, me daré por satisfecha.
1. Decir que no es un acto de amor propio
Créeme, aprender a decir que no ha sido una de las cosas que más me ha costado en estos años.
Antes decía “sí” a casi todo: favores, compromisos, reuniones, cafés que no quería tomar y llamadas que no quería atender y otras situaciones que hubiera preferido ahorrarme. La mayor parte de las veces, tenía miedo de decepcionar.
Después de los 40 descubrí que decir “no” es una vacuna contra el agotamiento. Que el mundo sigue girando aunque pongas límites… y que, curiosamente, te respetan más cuando aprendes a usarlos. Por lo tanto, tú también te respetas más a ti misma.
2. No todos los problemas necesitan mi energía
Con la edad aprendes, como te decía, que no hace falta asistir a todas las batallas. La paz mental vale más que tener la razón ¡ni lo dudes! Elegir tus guerras es una habilidad que no enseñan en el colegio, pero debería estar en el temario obligatorio de primero de la vida.
3. El cuerpo habla… y grita si no lo escuchas
A los 20 te crees inmortal, a los 30 empiezas a sospechar que quizás no sea así y a los 40 ya te lo confirma la espalda.
Aprendí que cuidar el cuerpo no es opcional: comer bien, dormir mejor y moverse no son “castigos”, son favores que me hago a mí misma.
Y por cierto, no hay cremas milagrosas, lo siento por ser así de insensible: el verdadero elixir de la juventud es beber agua y dejar de compararte. Y eso se puede extender también a reductoras y anticelulíticas varias ¡olvídate!
4. No hay éxito sin paz
Durante años creí que el éxito era tener más: más trabajo, más ingresos, más cosas, más todo (resquicios del deseo de aparentar de mi familia paterna).
Hoy sé que el verdadero lujo es vivir tranquila. No medir mi valía por lo que produzco o poseo, sino por cómo me siento conmigo misma. Y que a veces, menos ruido y menos gente es más vida.
Aunque debo añadir que este último giro de mi vida hacia el respeto personal, la ayuda a los demás y la divulgación positiva y funcional me llenan más que otra cosa.
5. La intuición casi siempre tiene razón
Hay una vocecita interna que te dice “por aquí no”... pero hasta que no cumples 40, no aprendes a escucharla de verdad (y a veces ni eso). El instinto se afina con la experiencia. Si algo no vibra bien, probablemente no es para ti. Y punto. No menosprecies esa parte de ti misma.
6. La felicidad está en lo simple
Parece cliché, pero no lo es. La felicidad rara vez está en lo que compras; casi siempre está en lo que sientes:
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Despertar sin alarma. 
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Comer algo delicioso y sin culpa. 
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Caminar descalza sobre la hierba. 
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Reír hasta que te duela la barriga. 
- Que tu hija te abrace y te diga "te quiero mucho" o "estoy orgullosa de ti" con 2 años ¿se puede pedir más? Eso y verla descubrir le mundo y avanzar tan rápido me llena de amor. 
La vida se disfruta mucho más cuando dejas de correr para “llegar” y empiezas a saborear el camino.
7. No necesito agradarle a todo el mundo
El día que entendí esto, se me cayó una mochila de 20 kilos de encima. No soy para todos y no pasa nada.
Quien te quiere, te quiere entera, no por las versiones recortadas que mostrabas para encajar y sentirte aceptada.
8. Todo cambia… y eso está bien
Personas, trabajos, relaciones, prioridades… lo que hoy es vital, mañana puede no serlo.
Aceptar el cambio es duro, pero resistirse duele más. A los 40 entiendes que soltar no es perder, es ganar espacio para lo nuevo.
Y si tuviera que resumirlo todo en una sola frase…
“A los 40 dejé de sobrevivir para empezar a vivir.”
Y si me preguntas qué haría diferente, la respuesta es simple: habría empezado antes.
¿Y tú? ¿Qué le dirías a tu yo de hace 20 años si pudieras? Te leo en los comentarios.



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