Si hay algo que nos cuesta más en general, eso son los cambios y, salvo contadas excepciones, todos nos mostramos reticentes a ellos e incluso nos dejamos llevar un poco por la rueda de la rutina para evitarlos. Y en ese típico "a ver qué pasa", cuando por fin nos decidimos, podemos acabar peor que empezamos, nunca se sabe, pero de equivocarse se aprende. Bueno, excepto los que luchan activamente contra dichos cambios, claro, ahí no hay opción.
Imagina el tiempo que hace desde que nuestras abuelas empezaron a hacer sus pinitos en el mercado laboral. Algunas por obligación, tras quedarse viudas o al tener que ocuparse de padres e hijos. Y otras por convicción o deseo innato, como una vía para contribuir, para ser de utilidad a otros, para desarrollarse, para realizarse o para ganar en autonomía y, por ende, en independencia.
No creo que fuera fácil. Todos hemos conocido, a lo largo de la historia de la humanidad, ejemplos de personas adelantadas a su tiempo, libre pensadoras o precursoras de movimientos que llevarían a esos cambios cualitativos que cualquier sociedad necesita para madurar. Y una de las primeras mujeres fue Hipatia, asesinada a pesar de sus grandes contribuciones a las matemáticas, la astronomía o las ciencias en general. O Ada Lovelace, la que fuera la primera informática de la historia ¿te suenan? Amelia Earhart, Coco Chanel, Dolors Aleu i Riera.
Las primeras mujeres en manifestarse para conseguir el sufragio femenino, como Emmeline Pankhurst y seguro que también te acuerdas de esas imágenes de Kathrine Switzer, la primera mujer en correr una maratón, con todos sus compañeros alrededor tratando de sabotearla para que abandonara ¡y empleando la fuerza física con ella!
Muchas de ellas se habrán sentido solas e incomprendidas, incluso cabreadas, en un mundo de hombres receloso de abrirse a nuevas intrusas que pudieran o no cambiar las reglas del juego. Sin duda ellas vivieron momentos complicados y muy duros, pero salieron adelante y hoy les debemos mucho.
Y, a pesar del tiempo transcurrido, parece que sigamos buscando nuestro lugar entre la vida social, laboral y familiar. Cierto que ha habido muchos fenómenos o hitos que han ayudado a empujar un poco, algunos debidos a la globalización, pero ahora que deberíamos ser más libres que nunca, amén de los precipicios abiertos entre unos países y otros ¿qué es lo que pasa?
La religión, las fronteras, las leyes. No voy a entrar en todas estas represiones externas, ya sean escogidas o impuestas.
Recuerdo que en la universidad, cuando yo estudiaba, las mujeres éramos mayoría en casi todas las carreras y empezábamos a aparecer en las ingenierías o las telecomunicaciones. Pero no veo que esas mismas proporciones estén en las empresas. De hecho, muchas seguimos escogiendo entre ser madres o trabajar, algo que además nos ocasiona culpabilidades y otros conflictos internos.
Sin duda estamos a medio camino todavía, tratando de encajar en una sociedad que aún nos pone la zancadilla en muchos aspectos. Y, todo eso, al mismo tiempo que dibujamos la línea personal que queremos seguir; una línea discordante, una que nos lleve al liderazgo, al más puro estilo Elizabeth Sloane (papel interpretado por Jessica Chastain). O bien un papel maternal con trabajos temporales o parciales compatibles.
Pero hay que escoger, porque la maternidad (sus bajas y periodos) es limitante y no digamos llevarla a cabo a solas. Los hombres deberían ser compañeros reales y funcionales, pero estos siguen siendo una minoría y todavía me sorprende que haya tan pocos (poquísimos) que soliciten reducción de jornada y otras fórmulas diseñadas para facilitar la crianza de sus hijos, porque ¿no es cosa de dos? Y en cuanto a las mujeres ¿qué sentido tiene que la baja sea de 4 meses si hay que darle el pecho al niño entre 6 y 8 mínimo según médicos?
Lo que nos lleva a la conclusión de que, a parte de facilitar más las cosas desde el Gobierno Central para la conciliación familiar (una absoluta mentira) y la crianza, el gran escollo es el dinero. Dinero para costear las necesidades de un bebé, para pagar guarderías y escuelas infantiles y para poder tener algún tipo de niñera que complete nuestra jornada laboral ocupándose de nuestros hijos hasta que lleguemos a casa.
Eso y una psicóloga para trabajar en nuestras propias necesidades y renuncias o para asumir nuestras decisiones con independencia de lo que nos dejamos por el camino. Y es que no parece que terminemos de encontrar nuestro sitio aquí.
Y en las empresas siguen dándose situaciones que nos llevan a pensar que aún estamos fuera de contexto. Y eso que con el COVID algunas de ellas se han atenuado, como la duda de si a las mujeres se les da un apretón de manos o dos besos en los entornos de negocios.
Por ejemplo, a mí me preguntaron en una entrevista de trabajo si tenía previsto ser madre durante el siguiente año. Pero como de eso ya hace 20 años, te pondré otro ejemplo más actual. A mi predecesor (el que ocupaba antes mi actual puesto de trabajo), le llamaban siempre señor y siguen manteniendo ese trato incluso cuando hablan de él, pero yo soy "la xiqueta" (en castellano "la niña"). No es algo que me preocupe especialmente, pero me llama la atención. Además, cuestionan más mis decisiones, lo que me obliga a dar más explicaciones de las que me gustaría, pero eso también va con mi carácter, porque otra en mi situación lo habría zanjado rápidamente.
Cuesta renunciar a cosas y también cuesta ver que, por querer unas, pierdas otras, pero aún cuesta más comprobar que a nivel social seguimos cargando con estigmas que todavía agravan más si cabe nuestra experiencia vital.
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