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Pelillos a la mar (contiene intimidades que negaré en cualquier otro contexto)

Como ya estamos en verano y dejamos a la vista más carne de la habitual, he pensado que procede hablar de pelillos. Y, sin meterme en berenjenales, porque tengo cero ganas, te confieso que yo a mis pelos corporales no les tengo especial manía, pero tampoco un amor incondicional. Sobre todo después de dar la bienvenida a mis últimas canas físicas, que no son las de la cabeza.

Sin duda me encanta mi melena y me la quedaré el tiempo que me apetezca, pero es otra zona la que me incomoda más. En concreto la zona genital. Y no, no me molesta en absoluto que haya mujeres con pelos en las axilas y con las piernas como cactus. Si es así es así y la libertad de poder hacer lo que te dé la gana con tu cuerpo es algo a lo que nadie debería renunciar. 

Pero volviendo al tema, el caso es que a mí no me salen pelos en axilas. De hecho en una solo 3 o 4 y en la otra un par de docenas, lo que resulta un poco ridículo. Y son tan finitos que no se ven a partir de un metro de distancia. Es decir, yo pasaría por depilada a metro y medio de cualquiera.

Sin embargo, la naturaleza ha querido que cada zona tenga sus peculiaridades y mi parte íntima no tiene nada que ver con el resto de mi anatomía. Y donde podría reinar la calvicie a sus anchas, hay una mata que debo podar con frecuencia. Sobre todo desde que ha empezado a poblarse de canas. ¡Un despropósito!

Esto de tener canas en el chichi es como afrontar la vejez definitiva. Porque las líneas de expresión son agradables, las primeras arruguitas quedan muy bien y las canas se pueden llevar con orgullo o tapar bajo cualquier color que nos apetezca lucir. Pero en el coño no, eso es otro cantar. Debe ser como cuando un hombre se queda calvo a la edad de 20 años, que no procede.

Pero ante la insistencia de esos pelos blancos, a mi tierna edad de 41 años, debía poner remedio. Eran o ellos o yo.

Y eso hice. Pero verás, es que yo soy una cobarde para muchas cosas, con razón no he probado ninguna droga en mi vida, pero tampoco me he atrevido a enfrentarme con ciertas tecnologías.

Recuerdo que cuando apareció la depilación láser, hace como 20 años, era fácil encontrar artículos de opinión a favor y en contra. Algunas decían que era muy dolorosa, otras que si no tenías el pelo bien negro no servía para nada y también estaban las que explicaban que aplicarse láser en las zonas íntimas oscurecía la piel y claro, tan blanca como yo soy ¿dónde iba con unos labios genitales morenos? Lo dicho, un despropósito.

Y ha sido ahora cuando he decidido que iba por fin a lanzarme con esto del láser. Toda una heroicidad por mi parte si tengo en cuenta las 8 o 10 páginas que me hicieron leer y firmar previamente al proceso ¡vaya tela! Que daban ganas de preguntar "pero ¿se puede morir uno de esto o es solo para asustar?".

Eso sí, antes de dejar tu chichi como el culo de un mandril, hay que rasurárselo en casa. 

Y aquí debo hacer un paréntesis, porque amiga POCO SE HABLA EN EL MUNDO DE LO DIFÍCIL QUE ES RASURARSE EL COÑO CON UNA CUCHILLA.

Esto no lo sabes hasta que lo haces, ya te lo digo.

Que no sabía ya cómo ponerme. Primero con el espejo pequeño, después con uno más grande; sentada, de pie o apoyada y por supuesto, con mucho cuidado para no terminar en tragedia. Dos horas estuve haciendo contorsionismo y con la cuchilla en todas direcciones, para después llegar al centro de depilación y que me digan "uy, te has dejado un poquito, es normal, yo te lo quito". Imposible, eso se lo inventó ella, porque lo llevaba perfecto, de calendario para camioneros.

Deberían considerar el rasurado genital deporte olímpico, porque se suda más que con el aeróbic y cuesta el mismo tiempo que correr una maratón.

Lo que no te he dicho es que me fui al centro de depilación recién duchada y más nerviosa que el día de mi examen práctico de conducir. Pensaba que iba a ser como una tortura china y ¿después qué? ¿Podría llevar bragas al día siguiente? ¿Y si se me quedaba irritado y no podía cerrar las piernas al salir? Esas cosas maravillosas con las que te obsequia tu cerebro cuando haces algo por primera vez que no sabes exactamente en qué consiste. Esto me recuerda mucho a las preocupaciones de mi abuela, que sufre con antelación para llegar a las tragedias con parte de la faena hecha.

Y eso, allá que me voy con mi labios suavecitos a enseñárselos a una chica que a sus 20 añitos habría visto más genitales que mi ginecóloga en toda su carrera profesional. 

Eso sí, muy comprensiva, con muchas explicaciones y con el acierto de contarme su experiencia personal, "no es para tanto, molesta pero es soportable". Pues hombre, soportable es porque aquí sigo, pero esos pinchacitos tan finos y punzantes... Supongo que debe ser como ponerse colágeno en los labios (en los otros) o hacerse mesoterapia en la barriga. Por eso tienen que pasar dos meses hasta la siguiente cita, para que se nos olvide.

Así que esta ha sido mi odisea con el láser y lo cierto es que solo es el principio, porque el chichi tiene sus cosas y hay que cuidarlo, pero las piernas... Esas llevan media vida soportando los tirones al vivo de la cera caliente, la cera fría y la depiladora eléctrica, así que, si no hay efectos secundarios raros en las próximas semanas, prometo ampliar mis aventuras con el láser y expandir sus aplicaciones a otras partes de mi cuerpo. Que tener pelos está bien, no tenerlos está bien, pero tenerlos a trozos ¡qué caprichosa que es la naturaleza!

¿Tú lo has probado? ¿Lo harías? ¿Me cuentas tu experiencia?



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