Parece que la cuarentena ya se va normalizando, cada vez hay más videollamadas y más actividad, pero también más frío ¿no os parece? Yo empecé la semana pasada con sola una manga y el miércoles ya me puse dos. El jueves cambié la de arriba por una sudadera y me llevé la manta peluda a la cama por la noche, pero el viernes empecé directamente con tres mangas y la estufa por las tardes. Si seguimos así adelgazaré, pero solo del esfuerzo de moverme con el peso de tanta ropa.
Se nota que no hay calor humano por la calle, nos estamos helando.
Hoy debería volver a salir para tirar la basura y los restos de las digestiones gatunas, pero me lo pienso un poco más, que los deportes de riesgos tienen lo suyo. Y así pensando pensando parece que perdí mi oportunidad, porque cuando llegó el repartidor del café fue tal mi entusiasmo al abrirle la puerta... ¡Que me cargué la cerradura!
Un detallazo en tiempos de cuarentena, no poder salir de casa porque si la puerta se cierra conmigo fuera, pasaría a ser una refugiada de guerra. Pero nada, a tirar de agenda en busca de algún cerrajero, a ser posible conocido, para ver si me hace el favor de buscar un almacén donde quieran servirle la cerradura y que después él se arriesgue a venir a colocármela.
Y es que los matices que ha tomado todo esto son de película. Casi parece que esté pidiendo a un profesional que se juegue la vida solo para que yo puedo bajar uno o dos días por semana 2 minutos a la calle a tirar la basura ¡ojo!
Finalmente lo conseguí, por un módico precio que casi se acerca a lo que pago de alquiler. No sé si valdrá como excusa para mi casera.
Sin duda estos días que vivimos harán historia entre nuestras experiencias vitales y saldremos, sin duda alguna, pero ya somos más conscientes de que no saldremos todo. Mucho ánimo a todos.
Es verdad que el entorno digital es un gran salvavidas, una pena no contar con él en mi anterior encierro, por allá por el 2000, con mis compañeros de promoción.
En un post anterior os contaba lo peliculeros que habían sido algunos de los que allí había para enseñarnos a nosotros a ser soldados duros, curtidos en mil batallas y aguerridos como nadie. Aunque no solo eran ellos los peliculeros, porque en aquella estancia pudimos vivir más de una aventura, prevista o no.
Uno de los días vimos entrar rápidamente a la Guardia Civil en el edificio donde estaban nuestras habitaciones, en el ala masculina, para llevarse a un compañero que no parecía estar disfrutando del confinamiento. Parece que el tipo descubrió allí su verdadera pasión latente, clavar cuchillos en objetos inanimados y se puso a practicar con su colchón y con lo que encontró más a mano.
Supongo que el hombre estaba gozando de su desahogo, dejándose llevar como nunca, pero era demasiado joven (a los 40 otro gallo cantaría) y tuvieron que llevárselo por el bien de las camas militares y el maravilloso sueño, plácido y cómodo como ninguno, que estas nos proporcionaban.
Tampoco fue el único caso entre compañeros que tuvo que solucionar la Guardia Civil, no sé cómo llamarían después a nuestra promoción, pero nos lucimos. De hecho, el siguiente año ya cambiaron el formato de ingresos al ejército profesional. ¡Qué tiempos aquellos!
Cada vez me meto más en el papel de los 40, fijaros que ya me salen solas las batallitas de la mili. Esto debe estar añadiendo canas a mis canas.
Lo mejor eran las juergas de chicas, pero no las de pijamas verdes en la sierra madrileña, sino las de toda la vida a los 40 (más menos 10). Como una vez que quedamos las del equipo (cuando yo era joven y hacía deporte como si no hubiera un mañana) para hacer cenita con tuppersex.
Yo debí captar algo malamente porque habría jurado que querían que fuera una juerga mixta y sin dudarlo un minuto se apuntó un compi macho que por aquel entonces estaba desnoviado. Así que parecía que las risas estaban aseguradas.
Ya os digo que en estas reuniones se desatan las ganas de juerga que vamos acumulando durante el año, para que luego nadie tenga que contarte nada.
Cuando llegó la chica del maletín, que para sorpresa para nosotros era psicóloga sexóloga y nos hizo un monólogo que ni el club de la comedia, ya estábamos todos por el café, así que pedimos copas rauda y velozmente para ponernos en situación. Mi compi macho era el único en la mesa de su género y el resto, unas 20 féminas, íbamos a sacarle los colores sin duda alguna.
Empieza la apuesta; un pintalabios muy jugoso y transparente que cogía calorcito cuando le practicabas trabajos bucales al miembro de tu churri de turno, miembro genital, se me entiende. Pero claro, que nos dice "me gustaría que lo probarais para que notases el calor y los efectos ¿alguna voluntaria". Aquello parecía tonto el último, así que la primera que se levantó se llevó un buen pegote en el dedo para ir a tocarse al baño y certificar si era o no satisfactorio llevar pintalabios de brillo durante el sexo oral.
El del bar debía estar maldiciendo porque las colas que se hicieron esa noche en el baño femenino no fueron ni medio normales.
Teníamos allí sobre la mes un despliegue que habría sido envidia de cualquier comercio porno que se precie y una de las cosas que más llamaron la atención fueron las pezoneras rojas con lentejuelas y borlas. Creo que en un capítulo de los Simpson salen unas iguales. Pero eso ya fue tras las primeras copas y cuando empezamos a hacer el tonto solo por el placer de reírnos de nosotros mismos.
A mí me colocaron un tanga de bolitas de esas comestibles tan dulces sobre los vaqueros y quedan fotos por ahí para dar fe de mi atrevimiento, pero claro, yo aún era muy joven y tierna, así que sí, me compré un pequeño huevo vibrador a control remoto, no más grande que un tampón higiénico y que milagrosamente sigue todavía en su misma caja y sin estrenar (¿veis lo que os decía del sexo mediocre? No me ha dado casi ni para jugar).
Los vibradores siempre están bien, proporcionan alguna de las sensaciones más difíciles de imitar, por eso es interesante probarlos, pero cuando te sacan el cacharro ese transparente, con el motor, bolas metálicas, los rotores funcionando y el conejito exterior ¡amos! La primera cara es de susto siempre garantizado ¿eso lleva toma de tierra? Porque si no me da un síncope eléctrico lo siguiente que puede pasar es que me lo haga grande ¿habéis visto el tamaño de ese bicho?
Aquí hace falta un inciso: a ver, compañeras de sexo y anatomía, molan mucho los juguetes, está bien tener alguno en casa porque hay que quererse y practicar el amor propio, además de desahogarse en momentos de necesidad ¡Amén! Pero ¿para qué os vais a viciar con algo tan grande? ¡Si luego vais a querer comparar y todos van a salir perdiendo!
Y esto del vicio es muy malo, que tú tienes tus 4 o 5 diarios de tamaño premium y olvídate de encontrar pareja en tu vida porque no va a dar la talla ninguno. Entre los que están en plan "yo paso de marearme buscando lo que te gusta o no te gusta" y los "yo a lo mío que ella ya irá a lo suyo también" ¡te quedas para vestir santos! Ya te lo digo. Los tamaños con moderación, que hay que ser realistas.
Debo decir que hay hombres que también disfrutan cuando nosotras lo pasamos bien y que se preocupan ante todo por satisfacernos, pero salimos como a uno cada mil mujeres o mil quinientas. Es una cosa rara rara de encontrar y si has conocido ya a uno de esos, lamento decirte que ya no te corresponde un segundo acierto, así que ya puedes pasar al vibrador con rotores, bolas, motor extra y conejito por fuera.
Se nota que no hay calor humano por la calle, nos estamos helando.
Hoy debería volver a salir para tirar la basura y los restos de las digestiones gatunas, pero me lo pienso un poco más, que los deportes de riesgos tienen lo suyo. Y así pensando pensando parece que perdí mi oportunidad, porque cuando llegó el repartidor del café fue tal mi entusiasmo al abrirle la puerta... ¡Que me cargué la cerradura!
Un detallazo en tiempos de cuarentena, no poder salir de casa porque si la puerta se cierra conmigo fuera, pasaría a ser una refugiada de guerra. Pero nada, a tirar de agenda en busca de algún cerrajero, a ser posible conocido, para ver si me hace el favor de buscar un almacén donde quieran servirle la cerradura y que después él se arriesgue a venir a colocármela.
Y es que los matices que ha tomado todo esto son de película. Casi parece que esté pidiendo a un profesional que se juegue la vida solo para que yo puedo bajar uno o dos días por semana 2 minutos a la calle a tirar la basura ¡ojo!
Finalmente lo conseguí, por un módico precio que casi se acerca a lo que pago de alquiler. No sé si valdrá como excusa para mi casera.
Sin duda estos días que vivimos harán historia entre nuestras experiencias vitales y saldremos, sin duda alguna, pero ya somos más conscientes de que no saldremos todo. Mucho ánimo a todos.
Es verdad que el entorno digital es un gran salvavidas, una pena no contar con él en mi anterior encierro, por allá por el 2000, con mis compañeros de promoción.
En un post anterior os contaba lo peliculeros que habían sido algunos de los que allí había para enseñarnos a nosotros a ser soldados duros, curtidos en mil batallas y aguerridos como nadie. Aunque no solo eran ellos los peliculeros, porque en aquella estancia pudimos vivir más de una aventura, prevista o no.
Uno de los días vimos entrar rápidamente a la Guardia Civil en el edificio donde estaban nuestras habitaciones, en el ala masculina, para llevarse a un compañero que no parecía estar disfrutando del confinamiento. Parece que el tipo descubrió allí su verdadera pasión latente, clavar cuchillos en objetos inanimados y se puso a practicar con su colchón y con lo que encontró más a mano.
Supongo que el hombre estaba gozando de su desahogo, dejándose llevar como nunca, pero era demasiado joven (a los 40 otro gallo cantaría) y tuvieron que llevárselo por el bien de las camas militares y el maravilloso sueño, plácido y cómodo como ninguno, que estas nos proporcionaban.
Tampoco fue el único caso entre compañeros que tuvo que solucionar la Guardia Civil, no sé cómo llamarían después a nuestra promoción, pero nos lucimos. De hecho, el siguiente año ya cambiaron el formato de ingresos al ejército profesional. ¡Qué tiempos aquellos!
Cada vez me meto más en el papel de los 40, fijaros que ya me salen solas las batallitas de la mili. Esto debe estar añadiendo canas a mis canas.
Lo mejor eran las juergas de chicas, pero no las de pijamas verdes en la sierra madrileña, sino las de toda la vida a los 40 (más menos 10). Como una vez que quedamos las del equipo (cuando yo era joven y hacía deporte como si no hubiera un mañana) para hacer cenita con tuppersex.
Yo debí captar algo malamente porque habría jurado que querían que fuera una juerga mixta y sin dudarlo un minuto se apuntó un compi macho que por aquel entonces estaba desnoviado. Así que parecía que las risas estaban aseguradas.
Ya os digo que en estas reuniones se desatan las ganas de juerga que vamos acumulando durante el año, para que luego nadie tenga que contarte nada.
Cuando llegó la chica del maletín, que para sorpresa para nosotros era psicóloga sexóloga y nos hizo un monólogo que ni el club de la comedia, ya estábamos todos por el café, así que pedimos copas rauda y velozmente para ponernos en situación. Mi compi macho era el único en la mesa de su género y el resto, unas 20 féminas, íbamos a sacarle los colores sin duda alguna.
Empieza la apuesta; un pintalabios muy jugoso y transparente que cogía calorcito cuando le practicabas trabajos bucales al miembro de tu churri de turno, miembro genital, se me entiende. Pero claro, que nos dice "me gustaría que lo probarais para que notases el calor y los efectos ¿alguna voluntaria". Aquello parecía tonto el último, así que la primera que se levantó se llevó un buen pegote en el dedo para ir a tocarse al baño y certificar si era o no satisfactorio llevar pintalabios de brillo durante el sexo oral.
El del bar debía estar maldiciendo porque las colas que se hicieron esa noche en el baño femenino no fueron ni medio normales.
Teníamos allí sobre la mes un despliegue que habría sido envidia de cualquier comercio porno que se precie y una de las cosas que más llamaron la atención fueron las pezoneras rojas con lentejuelas y borlas. Creo que en un capítulo de los Simpson salen unas iguales. Pero eso ya fue tras las primeras copas y cuando empezamos a hacer el tonto solo por el placer de reírnos de nosotros mismos.
A mí me colocaron un tanga de bolitas de esas comestibles tan dulces sobre los vaqueros y quedan fotos por ahí para dar fe de mi atrevimiento, pero claro, yo aún era muy joven y tierna, así que sí, me compré un pequeño huevo vibrador a control remoto, no más grande que un tampón higiénico y que milagrosamente sigue todavía en su misma caja y sin estrenar (¿veis lo que os decía del sexo mediocre? No me ha dado casi ni para jugar).
Los vibradores siempre están bien, proporcionan alguna de las sensaciones más difíciles de imitar, por eso es interesante probarlos, pero cuando te sacan el cacharro ese transparente, con el motor, bolas metálicas, los rotores funcionando y el conejito exterior ¡amos! La primera cara es de susto siempre garantizado ¿eso lleva toma de tierra? Porque si no me da un síncope eléctrico lo siguiente que puede pasar es que me lo haga grande ¿habéis visto el tamaño de ese bicho?
Aquí hace falta un inciso: a ver, compañeras de sexo y anatomía, molan mucho los juguetes, está bien tener alguno en casa porque hay que quererse y practicar el amor propio, además de desahogarse en momentos de necesidad ¡Amén! Pero ¿para qué os vais a viciar con algo tan grande? ¡Si luego vais a querer comparar y todos van a salir perdiendo!
Y esto del vicio es muy malo, que tú tienes tus 4 o 5 diarios de tamaño premium y olvídate de encontrar pareja en tu vida porque no va a dar la talla ninguno. Entre los que están en plan "yo paso de marearme buscando lo que te gusta o no te gusta" y los "yo a lo mío que ella ya irá a lo suyo también" ¡te quedas para vestir santos! Ya te lo digo. Los tamaños con moderación, que hay que ser realistas.
Debo decir que hay hombres que también disfrutan cuando nosotras lo pasamos bien y que se preocupan ante todo por satisfacernos, pero salimos como a uno cada mil mujeres o mil quinientas. Es una cosa rara rara de encontrar y si has conocido ya a uno de esos, lamento decirte que ya no te corresponde un segundo acierto, así que ya puedes pasar al vibrador con rotores, bolas, motor extra y conejito por fuera.
Jajajaja...lo dicho: se va perfilando claramente el tema del próximo libro. Muy bueno como siempre, ¡enhorabuena!
ResponderEliminarPues no son muy de reírse, al menos la primera no lo era, era más de esas... Para leer con una mano solo.
EliminarEspero con ansia tu capítulo diario..
ResponderEliminarVaya, gracias :) así da gusto.
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