Mira que somos pacientes las mujeres, porque vaya tela. Y el tema menstrual nos pone a prueba constantemente ¿que crees que ya se ha ido y te quitas el tampón? Unas horas impecable y por la tarde ¡olé! Bragas manchadas; ¿que ya es el cuarto día y debería ser más leve y llevadera? ¡Olé! De repente unos dolores que te doblan sin sentido ninguno; ¿que estás a mitad del ciclo y sin novedad? ¡Olé! Pues marcas un poquito, pero lo suficiente como para manchar otras bragas sin motivo aparente.
Después están las fugas, porque hay días que no te da tiempo al cambio de tampón y ya hay daños por fuga en ropa interior, exterior y colaterales. Esas mañana que te levantas con un montaje tipo "pañal para adultos" y aun así hay una mancha rojo vivo en tus sábanas que ha marcado el colchón por toda la eternidad. Y lo mejor, cuando eso te pasa fuera de tu zona de confort, fuera de casa o fuera del acceso a agua, jabón y ropa limpia.
Pero hay más. Que si estás en la fase folicular tienes más deseos de comer dulces y estás más pesada por la retención de líquidos, más movimiento hormonal y calambres, pero rindes al 100 % en el gimnasio. Que si estás en la fase lútea te sientes más activa sexualmente (o mentalmente), que empieza a bajar tu rendimiento deportivo porque toleras peor el esfuerzo y antes de la fase ovulatoria te sientes más seca que la mojama.
No hay quien se aclare con tantas variaciones y todo ese ciclo completo en solo 28 días ¡pero qué es esto!
Unos días más tranquila, otros alterada, después a tope de power y seguidamente a la caza de chocolate y no pienso hablar de si la sensibilidad y la lágrima fácil de unos u otros momentos o las ganas de cabrearte sin ton ni son.
Todos estos ciclos de cambios nos definen durante unos 30 a 40 años y después hay que afrontar otros diferentes, que no mejores y todo esto mientras nos debatimos entre el orgullo de ser dadoras de vida y diosas de la fertilidad y por qué cojones no habré nacido tío.
Y a esto hay que añadir el sobrecoste por la cantidad ingente de tampones, compresas, copas, esponjas, pañales, bragas especiales, bragas normales y otros artículos de higiene femenina que parece que nos fumemos cada mes, además de la carga mental que supone saber que estás sumando todos estos desperdicios extra al planeta, ya de por sí maltratado, porque no acabas de colocarte bien la copa y necesitas apoyo alternativo o porque las compresas lavables no se te acaban de adaptar ¡vamos hombre!
Después está el tema del peso, porque eso de ser "diosas de la fertilidad" se traduce en "toda esta grasa la vamos a ir acumulando durante años por todos los rincones del cuerpo por si acaso hace falta para un posible embarazo en medio en tiempos de guerra y con problemas de suministros o abastecimiento alimentario" y cuando llega la menopausia, en un absurdo sinsentido, tu cuerpo no se deshace de toda esa grasa que ya no vas a necesitar para gestar a un hijo, no no, es peor. En esos años engordas al respirar o por comer lechuga, porque tus hormonas están fundidas y tu cuerpo está saturado tratando de adaptarse a los sofocos y novedades, por lo que tu quema de grasas es de lo más ineficiente. Un merecido premio para cerrar una etapa vital.
Por otro lado, tener la capacidad de sobreponerse a todo esto y salir airosa, no puede más que hacernos fuertes y flexibles, con una mayor tolerancia al dolor, con más paciencia y más entereza, además de poder mantener esa lucha constante contra los estereotipos sociales y nuestros propios prejuicios y exigencias personales, al menos para tener una autoestima aceptable y vivir así con equilibrio entre lo que supone querernos y trabajar para mejorarnos o cumplir nuestras expectativas.
Cuánta faena. ¿Tú cómo los llevas?
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