Quizás a ti no te suceda lo mismo, pero yo estoy toda envalentonada, con los súper poderes de los 40 y dispuesta a todo. "Me dejaré llevar, viviré plenamente, me querré por encima de todas las cosas...", hasta que las circunstancias me delatan.
De pronto se vislumbra una situación en la que sería fantástico zambullirse. Con un tonteo previo más largo de lo que cabría esperar pero, lejos de desear cerrar los ojos, cada vez estoy más alerta.
Me encuentro en el borde de la misma piscina en la que ya me he bañado otras veces, incluso en ocasiones me he lanzado desde el trampolín sin asegurarme primero de si estaba llena o no. Unas veces la visión era engañosa, pero salté, solo para descubrir que no había agua dentro. Y aunque esas caídas ya no me duelen, el miedo desde este mismo borde no se ha reducido ni un ápice.
A tenor de lo que ahora te cuento, puede que creas que no sabía lo que decía cuando describía esas ganas de vivir, de sentir y de descubrir que tanto me motivan en mi día a día. No es así, quiero asumir riesgos, quiero sumar experiencias y quiero seguir adelante, pero ¿habrá agua esta vez?
He conocido a muchas personas a lo largo de estos 40 años que viven sus relaciones de forma muy variopinta. Incluso algunas que se preparan para el fracaso antes incluso del inicio. Como esas parejas que separan cada detalle de su vida de la del otro, por protección. Manteniendo una parcela propia a la que poder volver "el día de mañana" y que mantienen viva mediante engaños y ocultaciones. Como un bote salvavidas que nadie sabe que existe.
En el extremo de esa actitud estaría el ejemplo de un matrimonio al que conocí hace unos años. Él tenía un buen puesto de trabajo, en el que cobraba bien y ella dejó el suyo al quedarse embarazada. Pero cuando el bebé nació todo parecía diferente. Los padres de ella iniciaron una especie de cruzada personal contra el marido, mientras ella estudiaba para cambiar de vida. Llegado el momento le pidió el divorcio y fue poco después cuando él descubrió que ella tenía una cuenta aparte, desde que se casaron, en la que cada mes había ido metiendo dinero a escondidas, su "bote salvavidas". A eso había que sumarle que, aunque él pagó la mayor parte del dinero adelantado por la hipoteca, ella había conseguido tener un mayor porcentaje en las escrituras cuando las firmaron ante notario. Y, como guinda, cambió de provincia y se llevó al niño de ambos con ella.
También he conocido otros ejemplos similares a la inversa, en los que es el hombre quien lleva una doble vida secreta, pero creo que con uno es suficiente.
No creo que estos planes futuros, estas artimañas de moral reprobable, tengan nada que ver con el amor y sí con emplear cualquier medio para conseguir un fin deseado, sin importar el precio.
Ahora que lo pienso, quizás no haya sido muy buen ejemplo. Solo quiero decir que cuando empiezas un camino pensando ya en el momento en que lo dejarás para tomar otro, nunca paras de mirar atrás. Y eso se convierte en una garantía total de que tarde o temprano sucederá.
Elisabeth Beck-Gernsheim socióloga y casada con un sociólogo (detalle irrelevante), escribió un libro titulado "La reinvención de la familia" en el que también recogía algo similar. Esa protección excesiva en la que incurrimos o ese pensamiento de vulnerabilidad que nos invita a protegernos aun cuando ni si quiera estamos en desventaja.
Yo no quiero eso para mí, no quiero puerta de atrás ni bote salvavidas ni atajo para escapar en un momento dado y sin salir herida. Sin embargo, me detengo a mirar el borde de la piscina.
Tampoco puedo esconderme a mí misma ese atisbo de inseguridad que, aunque pequeño, suele salir a relucir cuando alguien me halaga o tiene un buen concepto de mí. Es como aquella vez que una mujer empezó a enumerarle a mi madre todas las cualidades que ella veía en mí y mi madre, tras escuchar todo aquello dijo, "bueno, si además supiera coser". Fue su forma de decir que no era para tanto.
Ahora veo mi reflejo en los ojos de otro y pienso "¿seguro? ¿Así me ves? Entonces, no estás mirando bien, no es para tanto".
Lo curioso es que yo veo cualidades en él que me llevan de nuevo a ese borde de la piscina y, esta vez parece más grande, diferente, atractiva, más templada y agradable, pero no me atrevo a saltar. Todavía no ¿o sí?
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