Acabo de ver Love Actually por enésima vez, sola, hasta los gatos han pasado de mí, así que el espíritu más moñas del amor de película me ha invadido sin que opusiera resistencia. Bueno, eso y que vas a pagarlo tú, claro, a no ser que te vayas a hacer otra cosa en este instante.
[Pausa para huida.]
Los escritores, básicamente me incluyo porque yo también escribo, tenemos ese punto romántico mental que nos viola la cabeza de vez en cuando para ofrecernos toda clase de ideas for love y sus respuestas melancólicas posteriores. Todo un elenco de temas funestos en los que recrearnos y pringarnos de arriba abajo. Supongo que ese es el rebozado perfecto para una sesión descontrolada y satisfactoria aporreando las teclas de mi ordenador como si se acabara el mundo. Porque claro, si hubiera un mañana la melancolía sería un signo de debilidad que no nos podríamos permitir.
Pero ¿cómo se atreven los directores de cine a plantearnos historias tan absurdamente idílicas para darnos la oportunidad de mirar a nuestro alrededor y confirmar que nadie ha aprendido a tocar un instrumento para impresionarnos ni ha estudiado un idioma para decirnos lo que sentía o ha recorrido una ciudad llamando puerta por puerta a todas las viviendas hasta localizar la nuestra? ¡Vamos! Es como la versión Disney para adultos de lo que debe ser el amor de verdad.
Cuando, en realidad, lo realmente mágico es que consigamos sobrevivir a una pareja por la que tiempo atrás habríamos puesto la mano en el fuego sin vacilar. Pero claro ¿quién es tan valiente de lanzarse a ciegas a una relación?
Las redes nos dicen:
- No hay que confiar en nadie hasta que no nos demuestre que es de fiar.
- No hay que hablar con sinceridad a la gente para evitar que nos hagan daño.
- Si no le das bastante sexo a tu pareja se buscará a otra que le atienda.
- Si engordas o dejas de depilarte durante la relación es porque ya no quieres estar guapa para tu pareja y te dejará.
¡Olé! Aquí faltaría la sevillana del whatsapp.
Así que debemos desconfiar de todo el mundo, lo cual implica un gran consumo de energía y atención. Además de asumir la responsabilidad de todas los problemas que surjan entre ambos. Resulta que todo el mundo a nuestro alrededor está tramando un complot contra nosotros para poder herirnos, quitarnos nuestra mejor idea o arrebatarnos al chico que nos gusta. Una mezquindad general que gira a nuestro alrededor y está aliada con el universo para que podamos saber de primera mano que ningún buen hombre se va a acercar nunca solo con buenas intenciones.
Y ahí no queda eso, porque en el otro lado están las películas románticas que nos dicen:
- Si eres la versión más despistada de ti misma, un hombre espectacular, que lleva meses enamorado de ti en secreto, te preparará una sorpresa realmente romántica para hacértelo saber finalmente.
- Si cuando estás gordas y con el amor propio a cero te declaras al más buenorro, él te rechazará con cualquier excusa rara, aunque en el fondo le gustes sin saberlo y cuando pierdas los kilos que parece que te sobran y vuelvas a confiar en ti misma, casualmente él correrá por fin a tus brazos.
- Si te metes a puta y aceptas someterte a los caprichos de tu adinerado cliente, él te rescatará del mundo para proporcionarte una vida de amor y lujos.
- Si llegas a la universidad virgen encontrarás a un multimillonario que lo dejará todo por ti, incluso su forma de ser o el sado que tanto le mola y hará todos tus sueños realidad. Esto vale como peli y como libro.
Parece que todas las señales externas nos quieren convertir en seres ridículos, volubles, horribles y absurdos, solo para conseguir una pareja que dedicará el resto de su vida a hacernos felices. Pero ¿por qué eso debe ser una tarea de alguien externo? ¿Y por qué debemos pasar por semejante calvario?
Doy gracias a los 40 por haberme traído donde estoy ahora y créeme que me siento realmente ridícula cuando pienso en esas veces en las que yo "he querido hacer feliz a un hombre". ¡Mi principal tarea en la vida! Estaba claro que algo así no podía salir bien. Pero ¡eh! También hay cosas a mi favor, tengo un lado creativo que me ha ayudado mucho a tener esos detalles de película por otros para sentirme a la altura de lo que esas señales externas esperaban de mí.
He recibido a un hombre en casa, cuando sabía que iba a tener un día duro de trabajo, con velas, música, la bañera llena de agua y espuma y una botella enfriando en la cubitera. Una sorpresa agradable en busca del amor eterno que nunca obtuvo ninguna respuesta similar.
He escrito un libro tipo declaración, cosido a mano, con tapas de cuero y madera y el Auryn de "La historia interminable" pegado en la portada. Casi doscientos euros de romanticismo.
O aquella vez que preparé una fiesta de cumpleaños sorpresa con una limusina en la puerta, un restaurante con música en directo y un regalo tecnológico como colofón.
Bueno, hay muchos más ejemplos, algunos hasta entrañables. Raras veces en las que, como decía al principio, el romanticismo violó mi mente para hacer que me dejara llevar a lo loco por esa visión tan motivadora en la que imaginas cómo se va a sentir la otra persona cuando vea todo lo que has hecho por ella. Tampoco fue tan malo tomarme tantas molestias, en el fondo lo hice porque quería hacerlo. Lo que me parece mal de verdad es que nunca he hecho nada parecido por mí (ni yo ni ellos tampoco).
Lo mejor de los 40 es que han llegado para que descubriera todas estas cosas y así reclamarme como lo más importante para mí. Algunas lo saben desde los 20, pero ¡qué puedo decir! Más vale tarde.
Cuéntame esas ocasiones en las que te has dejado llevar por el romanticismo de película.
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