No soy especialmente fan de la película, pero sí, creo que es un momento perfecto para ver La Vida es Bella. Un largometraje que consigue dar un punto positivo a una situación horrible y desesperada, solo para ayudar a un niño a superar todo ese sin sentido.
Ya sabes que yo soy capaz de llorar hasta en las películas más devastadoras, creo que incluso en Ataque a la Tierra estuve echando mocos cuando murió el padre de los niños. Pero estos no son momentos para llorar ¡ni hablar! Son momentos para actuar como ese niño que solo quería llegar al final y tener su premio.
En estos días debo decir que he descubierto una nueva curiosidad que me lleva loca; los vídeos de YouTube de Kibara. Es una chica que visita casas abandonadas, la mayoría casi palacios y sin el casi. Grandes viviendas más o menos lujosas que en un momento dado se quedaron solas a merced de la maleza y las telarañas.
Son lugares tan curiosos que me tienen fascinada y cada noche, desde la cama, dedico al menos una hora a recorrer cada una de ellas, observando las pertenencias de sus antiguos moradores; sus cuadros, sus muebles, sus objetos de valor, las cunas de sus hijos, los restos de sus aficiones, sus reliquias o su ropa. Muchos de ellos desaparecieron dejando aún comida en sus despensas y prendas limpias en sus armarios.
Hay pianos, piezas de colección, sofás o sillones en perfecto estado y habitaciones como recién hechas. ¡Quién pudiera estar en todos esos lugares en directo y ver cada uno de esos objetos!
Una de las cosas más curiosas es la cantidad de libros que las personas dejan tras de sí. A mí me encantaría poder ojear cada uno de ellos ¿cómo alguien puede dejar todo eso así sin más? ¿Cómo se puede dejar todo eso perder?
Cuando yo era niña disfrutaba muchísimo entrando en casas vacías o medio derrumbadas e imaginar qué tipo de familia la habitaría o cómo sería una vida allí en el pasado.
Mi pueblo tenía muchas casas de ese tipo, aunque cuando era pequeña apenas eran un montón de piedras apiladas. Excepto en alguna ocasión.
Una vez, por ejemplo, más o menos a los 8 o 9 años, entré en una vivienda que todavía seguía en pie. Era justo la que estaba frente a la casa de mis abuelos y ahora es una preciosa casa nueva y ni rastro queda de todas las maravillas que yo vi allí.
La puerta era de madera, de las que tenían un llamador metálico que emitía un fuerte sonido al golperarlo sobre sí mismo. En la planta baja no había mucho más que una habitación diáfana; un lugar para recibir a los visitantes, con una escalera a la derecha.
Al subir por esas escaleras fue como adentrarme en la cueva de las maravillas de la mismísima Alicia. En la pared de la derecha había pequeños retratos en blanco y negro. Me fascinaron aquellas fotos, con esos tonos artificiales entre retrato y dibujo y esas personas siempre tan serias.
Cuando llegué a la parte de arriba se abría como un saloncito con habitaciones alrededor y más pequeños retratos. Pasé un buen rato mirando aquellas fotos. Me encantó estar allí, aunque era un lugar mucho más modesto de los que suele grabar Kibara y mucho más fácil de dejar atrás sin volverse si quiera para asegurarse.
Otra de mis joyas de la niñez fue la casa en la que vivía mi bisabuelo. Aunque lo perdí a los 12 años (a mi bisabuela no la llegué a conocer), por lo que no era tan niña ya.
Todavía recuerdo visitarle años anteriores mientras almorzaba en la cocina. Tenía una pequeña mesa con un cajón forrado de hojas de revistas y allí se guardaba las sobras para el día siguiente.
Las cocinas era muy diferentes a las de ahora, no había ningún electrodoméstico, solo una bancada y una chimenea, además de un montón de vasijas de todo tipo bajo el banco y un botijo sobre él. La mesa quedaba en medio y junto a la cocina el balcón.
La casa en sí era parecía a la que viera años antes, solo que bastante más grande. Al entrar, a pie de calle, había un patio descubierto en el que tendrían algún animal, después algunas jaulas, como de conejos o algo así y bajo la parte techada dos estancias separadas con paja en el suelo. Las escaleras quedaban al lado izquierdo y daban directamente al distribuidor. En el lado derecho la cocina y el balcón que daba a la puerta de entrada. En el lado izquierdo un pequeño saloncito y los dos dormitorios al fondo.
En el saloncito había varios muebles. Uno de ellos tipo alacena, con puertas de cristas y dentro los vasos y copas más bonitos que yo había visto nunca. Abajo, tras las puertas del armario, una vajilla enorme con casi todas sus piezas. Pero hubo algo más que llamó mi atención; era una pequeña mesita, al otro lado del salón con un pequeño cajón. Dentro del cajón había una maraña de hilos, cremalleras raras y botones ¡eso sí que era un tesoro! Todo eso sería de mi bisabuela o quizás de cuando mi abuela estaba aprendiendo a coser.
Apenas me atrevía a tocar nada, pero disfrutando yendo continuamente allí a ver las copas, los vasitos y el cajón de los hilos.
Dentro, en las habitaciones, había dos camas de un tamaño similar (una por dormitorio), enormes y mullidas, con las sábanas todavía puestas y unas finas colchas. también dos mesitas vacías (sin tesoros) y dos soportes chulísimos que sujetaba una palangana para lavarse cada mañana y un espejo viejo en lo alto. No había ningún otro espejo en toda la casa.
La sensación de descubrir todos esos me encanta. Era realmente fascinante estar en lugares en donde ha habido otras vidas, otras personas, otros recuerdos. Y los vídeos de Kibara me recuerdan mucho a esas sensaciones y por eso me encantan. Aunque debo decir que a veces los comentarios de ella sacan un poco de quicio (chorradas que se le escapan sin pies ni cabeza), pero me encantan.
He descubierto hoteles, castillos, palacios, residencias de pintores y artistas, la mansión de un taxidermista que dejó atrás su tremenda colección de aves o grandes casas llenas de juguetes y muñecas ¡insólito! Y toda esa cantidad de libros, objetos de valor o mobiliario macizo y exclusivo. Cómo me gustaría poder estar en todos y cada uno de esos lugares.
Una vez yo tuve mi propia caja de tesoros. Era un pequeño maletín de madera con una virgen pintada en su tapa. Había pertenecido a mi abuela de niña, era algo así como su maletín para ir al cole, pero estaba llena de recuerdos que yo miraba y remiraba una y otra vez. Tenía en guardia y custodia esa maleta y la abría con frecuencia para ojear su contenido.
Dentro había una cajita pequeña, como de un anillo, con tela en su interior y que guardaba 4 pendientes sin parejas de metales raros y con formas similares. Una vez mi abuela me dijo que mi bisabuela perdía sus pendientes constantemente.
También había postales antiguas, coloreadas de forma muy rara, con dos o tres colores vivos solamente y en partes clave de los dibujos, como los labios de las mujeres y alguna prenda de sus atuendos. Vestían como en los años 20, con esos sombreros redondeados y los vestidos con las cinturas bajas.
Había una pequeña libreta de mi abuela que recogía diferentes estilos de costura y bordado. Con las explicaciones de cada uno y un recorte de tela pegado junto a las líneas ¡muy bonito! Y unos pocos retales sueltos con dibujos en punto de cruz, como una golondrina, siempre con hilo rojo y los retales ya amarillentos y envejecidos.
Hace unos años pasé mi cajita de tesoros a mi abuela para que la disfrutara otra de sus nietas ¡y cómo la echo de menos! Me encantaría volver a abrirla y recordar todas esas piezas de vidas pasadas.
Ha habido muchas vidas antes y habrá muchas otras después ¿qué dejarás tú tras de ti?
Ya sabes que yo soy capaz de llorar hasta en las películas más devastadoras, creo que incluso en Ataque a la Tierra estuve echando mocos cuando murió el padre de los niños. Pero estos no son momentos para llorar ¡ni hablar! Son momentos para actuar como ese niño que solo quería llegar al final y tener su premio.
En estos días debo decir que he descubierto una nueva curiosidad que me lleva loca; los vídeos de YouTube de Kibara. Es una chica que visita casas abandonadas, la mayoría casi palacios y sin el casi. Grandes viviendas más o menos lujosas que en un momento dado se quedaron solas a merced de la maleza y las telarañas.
Son lugares tan curiosos que me tienen fascinada y cada noche, desde la cama, dedico al menos una hora a recorrer cada una de ellas, observando las pertenencias de sus antiguos moradores; sus cuadros, sus muebles, sus objetos de valor, las cunas de sus hijos, los restos de sus aficiones, sus reliquias o su ropa. Muchos de ellos desaparecieron dejando aún comida en sus despensas y prendas limpias en sus armarios.
Hay pianos, piezas de colección, sofás o sillones en perfecto estado y habitaciones como recién hechas. ¡Quién pudiera estar en todos esos lugares en directo y ver cada uno de esos objetos!
Una de las cosas más curiosas es la cantidad de libros que las personas dejan tras de sí. A mí me encantaría poder ojear cada uno de ellos ¿cómo alguien puede dejar todo eso así sin más? ¿Cómo se puede dejar todo eso perder?
Cuando yo era niña disfrutaba muchísimo entrando en casas vacías o medio derrumbadas e imaginar qué tipo de familia la habitaría o cómo sería una vida allí en el pasado.
Mi pueblo tenía muchas casas de ese tipo, aunque cuando era pequeña apenas eran un montón de piedras apiladas. Excepto en alguna ocasión.
Una vez, por ejemplo, más o menos a los 8 o 9 años, entré en una vivienda que todavía seguía en pie. Era justo la que estaba frente a la casa de mis abuelos y ahora es una preciosa casa nueva y ni rastro queda de todas las maravillas que yo vi allí.
La puerta era de madera, de las que tenían un llamador metálico que emitía un fuerte sonido al golperarlo sobre sí mismo. En la planta baja no había mucho más que una habitación diáfana; un lugar para recibir a los visitantes, con una escalera a la derecha.
Al subir por esas escaleras fue como adentrarme en la cueva de las maravillas de la mismísima Alicia. En la pared de la derecha había pequeños retratos en blanco y negro. Me fascinaron aquellas fotos, con esos tonos artificiales entre retrato y dibujo y esas personas siempre tan serias.
Cuando llegué a la parte de arriba se abría como un saloncito con habitaciones alrededor y más pequeños retratos. Pasé un buen rato mirando aquellas fotos. Me encantó estar allí, aunque era un lugar mucho más modesto de los que suele grabar Kibara y mucho más fácil de dejar atrás sin volverse si quiera para asegurarse.
Otra de mis joyas de la niñez fue la casa en la que vivía mi bisabuelo. Aunque lo perdí a los 12 años (a mi bisabuela no la llegué a conocer), por lo que no era tan niña ya.
Todavía recuerdo visitarle años anteriores mientras almorzaba en la cocina. Tenía una pequeña mesa con un cajón forrado de hojas de revistas y allí se guardaba las sobras para el día siguiente.
Las cocinas era muy diferentes a las de ahora, no había ningún electrodoméstico, solo una bancada y una chimenea, además de un montón de vasijas de todo tipo bajo el banco y un botijo sobre él. La mesa quedaba en medio y junto a la cocina el balcón.
La casa en sí era parecía a la que viera años antes, solo que bastante más grande. Al entrar, a pie de calle, había un patio descubierto en el que tendrían algún animal, después algunas jaulas, como de conejos o algo así y bajo la parte techada dos estancias separadas con paja en el suelo. Las escaleras quedaban al lado izquierdo y daban directamente al distribuidor. En el lado derecho la cocina y el balcón que daba a la puerta de entrada. En el lado izquierdo un pequeño saloncito y los dos dormitorios al fondo.
En el saloncito había varios muebles. Uno de ellos tipo alacena, con puertas de cristas y dentro los vasos y copas más bonitos que yo había visto nunca. Abajo, tras las puertas del armario, una vajilla enorme con casi todas sus piezas. Pero hubo algo más que llamó mi atención; era una pequeña mesita, al otro lado del salón con un pequeño cajón. Dentro del cajón había una maraña de hilos, cremalleras raras y botones ¡eso sí que era un tesoro! Todo eso sería de mi bisabuela o quizás de cuando mi abuela estaba aprendiendo a coser.
Apenas me atrevía a tocar nada, pero disfrutando yendo continuamente allí a ver las copas, los vasitos y el cajón de los hilos.
Dentro, en las habitaciones, había dos camas de un tamaño similar (una por dormitorio), enormes y mullidas, con las sábanas todavía puestas y unas finas colchas. también dos mesitas vacías (sin tesoros) y dos soportes chulísimos que sujetaba una palangana para lavarse cada mañana y un espejo viejo en lo alto. No había ningún otro espejo en toda la casa.
La sensación de descubrir todos esos me encanta. Era realmente fascinante estar en lugares en donde ha habido otras vidas, otras personas, otros recuerdos. Y los vídeos de Kibara me recuerdan mucho a esas sensaciones y por eso me encantan. Aunque debo decir que a veces los comentarios de ella sacan un poco de quicio (chorradas que se le escapan sin pies ni cabeza), pero me encantan.
He descubierto hoteles, castillos, palacios, residencias de pintores y artistas, la mansión de un taxidermista que dejó atrás su tremenda colección de aves o grandes casas llenas de juguetes y muñecas ¡insólito! Y toda esa cantidad de libros, objetos de valor o mobiliario macizo y exclusivo. Cómo me gustaría poder estar en todos y cada uno de esos lugares.
Una vez yo tuve mi propia caja de tesoros. Era un pequeño maletín de madera con una virgen pintada en su tapa. Había pertenecido a mi abuela de niña, era algo así como su maletín para ir al cole, pero estaba llena de recuerdos que yo miraba y remiraba una y otra vez. Tenía en guardia y custodia esa maleta y la abría con frecuencia para ojear su contenido.
Dentro había una cajita pequeña, como de un anillo, con tela en su interior y que guardaba 4 pendientes sin parejas de metales raros y con formas similares. Una vez mi abuela me dijo que mi bisabuela perdía sus pendientes constantemente.
También había postales antiguas, coloreadas de forma muy rara, con dos o tres colores vivos solamente y en partes clave de los dibujos, como los labios de las mujeres y alguna prenda de sus atuendos. Vestían como en los años 20, con esos sombreros redondeados y los vestidos con las cinturas bajas.
Había una pequeña libreta de mi abuela que recogía diferentes estilos de costura y bordado. Con las explicaciones de cada uno y un recorte de tela pegado junto a las líneas ¡muy bonito! Y unos pocos retales sueltos con dibujos en punto de cruz, como una golondrina, siempre con hilo rojo y los retales ya amarillentos y envejecidos.
Hace unos años pasé mi cajita de tesoros a mi abuela para que la disfrutara otra de sus nietas ¡y cómo la echo de menos! Me encantaría volver a abrirla y recordar todas esas piezas de vidas pasadas.
Ha habido muchas vidas antes y habrá muchas otras después ¿qué dejarás tú tras de ti?
Que buena memoria tienes..
ResponderEliminarSí, parece que aún queda algo de espacio libre en el disco duro.
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