¡Vaya tela! Desde que tengo los 40 sin duda trabajo más. No sé si será porque al ser más vieja soy más lentas que antes y menos eficiente. El caso es que la semana pasada terminaba sobre las 21h de trabajar y esta semana se me hacen más de las 23h.
Y cuando estás en casa parece que nunca desconectas. Justo por eso me busqué una oficina fuera de aquí, porque trabajar desde casa es hacerlo de día, de noche, el sábado y el domingo. Es aquello de "ya que estoy adelanto". Pero adelantar no significa cogerte un día de vacaciones ¡ni hablar!
¿Tú tienes tantas ganas de juerga como yo? A mí ya empiezan a apretarme por todos los lados. Se me escapan cuando me despierto de un salto y tengo ganas de cantar; cuando voy de la cocina al comedor "dos pasitos adelante y uno para atrás"; cuando me ducho con Dani Martín y Shakira o cuando se me escapa una vuelta entera entre el baño y la cocina ¡me aprietan!
Lo que pasa es que a los 40 se ven las cosas con otra perspectiva. Fíjate que hasta me apetece darle al secador para tener un aspecto más cuidado ¡el día menos pensado me maquillo para salir al balcón! ¿Y los tacones? Tendré que probar a ponérmelos para ir a hacer la compra porque 33 días descalza son muchos días. Después de esto tendremos que solicitar un margen de tiempo para habituarnos o nos vendrá grande eso del ajetreo diario.
Igual a mi pobre cochet se le ha descargado la batería ¡qué pena! Con lo bien que nos iba todo el día por ahí de paseo. Sin duda, en comparación, ahora trabajo más horas, porque ya no tengo la excusa de los desplazamientos ¡serán los 40, que los carga el diablo!
Recuerdo que los primeros días o, al menos las dos primeras semanas, no encendía la tele hasta la noche, cuando ya terminaba de trabajar. Ahora la tengo en marcha casi todo el día como ruido de fondo y así van pasando las sagas más largas del cine.
Todavía no me he decidido a hacer la clasificación aquella que comentamos en mi armario. Parece mentira pero los días y hasta las semanas, se me estén pasando tan rápido que apenas pueda creer que ya llevemos encerrados 33 días ¡33! Hemos superado la barrera del mes, a pesar de la cantidad de reticencias al inicio de todo esto.
Había un vídeo circulando por ahí que lo especificaba de forma muy divertía. Decía que en Italia, con el paso del tiempo, empezaron los niños a poner los dibujos en los balcones o los vecinos se decidían a salir y pasar más tiempo fuera, cantando o tocando instrumentos. Poco a poco iban añadiendo nuevas actividades para distraerse. Pero aquí es España vamos al revés.
La primera semana ya teníamos películas gratis, visitas a los museos, dibujos colgados, aplausos y disco móviles en los balcones ¡vamos a ver! Normal que cuatro semanas después algunos ya se suban por las paredes, porque ya lo dimos todo al principio ¿qué nos queda? Pero bueno, somos así. Nos asustamos tanto o nos agobiamos tanto por una situación que todavía no acertábamos a entender, que ahora muchos ya están en la fase del cabreo máximo.
¿Te has dado una vuelta por las redes sociales? Unos a otros se retroalimentan con comparaciones y putadas para caldear los ánimos del resto. Qué fácil es dejarse llevar con tanta tontería. Pero por suerte aquí somos de hablar y poco más, así todo queda en una úlcera. Como los que van conduciendo y se ponen a insultar a los coches de los alrededores cuando nadie puede oírles. Quizás se desahogan o quizás solo gozan de las mieles de la ira. Ellos sabrán pero ¿es precís?
Uy, hablando de trabajar mucho, voy a cambiar de tema a otro que no tiene nada que ver.
Una de las culturas que más me ha fascinado siempre es la japonesa. Y es que tengo la cabeza contaminada por todos los libros sobre Geishas, historia y leyendas de los Shogun que he leído ¡me encantan! Un poco también por esas reminiscencia del pasado cultural que todos perdemos con el tiempo. Ahora Japón poco se parece a todo aquello, igual que en España ya no se ven los cardados de décadas anteriores, los lutos por la pérdida de seres queridos o el uso de los lavaderos públicos.
Ayer ya comenté que encuentro mucho encanto en las tradiciones o costumbres más antiguas, el mismo que rezumas aquellas casas abandonadas de las que os hablaba.
Pues verás, en el Japón de las Geishas, sobre todo en Kioto, su cuna y último reducto, las mujeres en general no tenían acceso a la cultura. Desde niñas eran educadas para ser esposas; los quehaceres del hogar y la crianza de los hijos eran sus preocupaciones y por eso la compañía de las Geishas era tan apreciada. Ellas eran como animadoras de fiestas, artistas, elocuentes e instruidas y unas compañeras muy entretenidas.
Gei significa arte y todas ellas dominaban algún instrumento, el baile o el teatro (o todas las disciplinas). En origen eran niñas procedentes de familias muy humildes, vendidas a las Okiyas (las casas de Geishas) para obtener dinero con el que alimentar al resto de la familia.
Desde ese momento, las niñas contraían una deuda con su Okiya o su casa, que era regentada por una Okasan (literalmente madre). Esa deuda sumaba el dinero que habían pagado por ella, su manutención, su ropa y su educación. Así se convertían en las únicas mujeres con acceso a la educación, para poder hablar con cualquier hombre, fuera cual fuera su rango o tema a tratar.
No hay que confundir a una Geisha con una prostituta. Los Japones tienen reglas para todo y es fácil identificar rangos, estatus u ocupaciones en un golpe de vista. Por ejemplo, las prostitutas llevaban el Obi (ese cinturón ancho y típico de su indumentaria tradicional) con el gran lazo en la parte frontal, mientras que una Geisha siempre lleva ese lazo a la espalda.
Hay otros indicios en sus kimonos en sus adornos para el pelo, pero sin duda ese lazo es el que más salta a la vista.
Cuando las niñas están preparadas para asistir como aprendices a alguna fiesta se les llama Maikos y acompañan a las Geishas como asistentes, poco más o menos. Aunque en realidad la diferencia principal entre una Maiko y una Geisha es que la primera es virgen y la segunda ya no.
Durante los primeros años siempre van acompañadas de otras mujeres con más experiencia a las que llaman hermanas (Onesan), así por parejas es como empiezan a acostumbrarse y a conocer todas las costumbres, como la de servir el Sake, una tarea que un cliente nunca debe hacer por sí mismo.
Para todo eso se las contrata y es entonces cuando, en lugar de engrosar su deuda, empiezan a aportar dinero a la Okiya para empezar a reducirla. Hasta el punto de poder saldarla por completo y convertirse en mujeres libres. Otra opción que tampoco era habitual entre las mujeres, el ser dueñas de sus destinos. Curioso.
Aun así eso no era fácil porque los kimonos que empleaban en su debut eran muy costosos y, al final, era más habitual que accedieran a convertirse en segundas esposas de algún adinerado que se hacía cargo de su deuda. Enamorado de sus encantos, se la llevaba en exclusiva para formar parte de su hogar, aunque nunca con los privilegios de la primera esposa. No está mal, pero si no se casaban por amor y sus mujeres más parecían una sirvientas que unas compañeras de viaje, no parecía tan descabellado el que se encaprichasen de una profesional del entretenimiento y la animación ¿no te parece?
Hay películas como la de El Último Samurái (de Tom Gruise), que introducen detalles tradicionales del antiguo sistema feudal. Ideas románticas que me encantan, otra cosa es que yo fuera capaz o no, pero no por eso dejan de maravillarme. Sobre todo esa dedicación a la perfección desde que se despiertan hasta que se acuestan, sea cual sea la tarea que les corresponda, aunque se trate de barrer el suelo. Y esa disciplina tan depurada.
Mientras entrenan hay uno de los más jóvenes que practica Kyudo (tiro con arco japonés) de la forma tradicional, despojándose de parte de su kimono... Es muy bonito.
En fin que, como siempre, he soltado un rollo espectacular, pero en mi defensa diré que ya he pasado los 40 y mi libertad de expresión está henchida de derechos nuevos.
Y cuando estás en casa parece que nunca desconectas. Justo por eso me busqué una oficina fuera de aquí, porque trabajar desde casa es hacerlo de día, de noche, el sábado y el domingo. Es aquello de "ya que estoy adelanto". Pero adelantar no significa cogerte un día de vacaciones ¡ni hablar!
¿Tú tienes tantas ganas de juerga como yo? A mí ya empiezan a apretarme por todos los lados. Se me escapan cuando me despierto de un salto y tengo ganas de cantar; cuando voy de la cocina al comedor "dos pasitos adelante y uno para atrás"; cuando me ducho con Dani Martín y Shakira o cuando se me escapa una vuelta entera entre el baño y la cocina ¡me aprietan!
Lo que pasa es que a los 40 se ven las cosas con otra perspectiva. Fíjate que hasta me apetece darle al secador para tener un aspecto más cuidado ¡el día menos pensado me maquillo para salir al balcón! ¿Y los tacones? Tendré que probar a ponérmelos para ir a hacer la compra porque 33 días descalza son muchos días. Después de esto tendremos que solicitar un margen de tiempo para habituarnos o nos vendrá grande eso del ajetreo diario.
Igual a mi pobre cochet se le ha descargado la batería ¡qué pena! Con lo bien que nos iba todo el día por ahí de paseo. Sin duda, en comparación, ahora trabajo más horas, porque ya no tengo la excusa de los desplazamientos ¡serán los 40, que los carga el diablo!
Recuerdo que los primeros días o, al menos las dos primeras semanas, no encendía la tele hasta la noche, cuando ya terminaba de trabajar. Ahora la tengo en marcha casi todo el día como ruido de fondo y así van pasando las sagas más largas del cine.
Todavía no me he decidido a hacer la clasificación aquella que comentamos en mi armario. Parece mentira pero los días y hasta las semanas, se me estén pasando tan rápido que apenas pueda creer que ya llevemos encerrados 33 días ¡33! Hemos superado la barrera del mes, a pesar de la cantidad de reticencias al inicio de todo esto.
Había un vídeo circulando por ahí que lo especificaba de forma muy divertía. Decía que en Italia, con el paso del tiempo, empezaron los niños a poner los dibujos en los balcones o los vecinos se decidían a salir y pasar más tiempo fuera, cantando o tocando instrumentos. Poco a poco iban añadiendo nuevas actividades para distraerse. Pero aquí es España vamos al revés.
La primera semana ya teníamos películas gratis, visitas a los museos, dibujos colgados, aplausos y disco móviles en los balcones ¡vamos a ver! Normal que cuatro semanas después algunos ya se suban por las paredes, porque ya lo dimos todo al principio ¿qué nos queda? Pero bueno, somos así. Nos asustamos tanto o nos agobiamos tanto por una situación que todavía no acertábamos a entender, que ahora muchos ya están en la fase del cabreo máximo.
¿Te has dado una vuelta por las redes sociales? Unos a otros se retroalimentan con comparaciones y putadas para caldear los ánimos del resto. Qué fácil es dejarse llevar con tanta tontería. Pero por suerte aquí somos de hablar y poco más, así todo queda en una úlcera. Como los que van conduciendo y se ponen a insultar a los coches de los alrededores cuando nadie puede oírles. Quizás se desahogan o quizás solo gozan de las mieles de la ira. Ellos sabrán pero ¿es precís?
Uy, hablando de trabajar mucho, voy a cambiar de tema a otro que no tiene nada que ver.
Una de las culturas que más me ha fascinado siempre es la japonesa. Y es que tengo la cabeza contaminada por todos los libros sobre Geishas, historia y leyendas de los Shogun que he leído ¡me encantan! Un poco también por esas reminiscencia del pasado cultural que todos perdemos con el tiempo. Ahora Japón poco se parece a todo aquello, igual que en España ya no se ven los cardados de décadas anteriores, los lutos por la pérdida de seres queridos o el uso de los lavaderos públicos.
Ayer ya comenté que encuentro mucho encanto en las tradiciones o costumbres más antiguas, el mismo que rezumas aquellas casas abandonadas de las que os hablaba.
Pues verás, en el Japón de las Geishas, sobre todo en Kioto, su cuna y último reducto, las mujeres en general no tenían acceso a la cultura. Desde niñas eran educadas para ser esposas; los quehaceres del hogar y la crianza de los hijos eran sus preocupaciones y por eso la compañía de las Geishas era tan apreciada. Ellas eran como animadoras de fiestas, artistas, elocuentes e instruidas y unas compañeras muy entretenidas.
Gei significa arte y todas ellas dominaban algún instrumento, el baile o el teatro (o todas las disciplinas). En origen eran niñas procedentes de familias muy humildes, vendidas a las Okiyas (las casas de Geishas) para obtener dinero con el que alimentar al resto de la familia.
Desde ese momento, las niñas contraían una deuda con su Okiya o su casa, que era regentada por una Okasan (literalmente madre). Esa deuda sumaba el dinero que habían pagado por ella, su manutención, su ropa y su educación. Así se convertían en las únicas mujeres con acceso a la educación, para poder hablar con cualquier hombre, fuera cual fuera su rango o tema a tratar.
No hay que confundir a una Geisha con una prostituta. Los Japones tienen reglas para todo y es fácil identificar rangos, estatus u ocupaciones en un golpe de vista. Por ejemplo, las prostitutas llevaban el Obi (ese cinturón ancho y típico de su indumentaria tradicional) con el gran lazo en la parte frontal, mientras que una Geisha siempre lleva ese lazo a la espalda.
Hay otros indicios en sus kimonos en sus adornos para el pelo, pero sin duda ese lazo es el que más salta a la vista.
Cuando las niñas están preparadas para asistir como aprendices a alguna fiesta se les llama Maikos y acompañan a las Geishas como asistentes, poco más o menos. Aunque en realidad la diferencia principal entre una Maiko y una Geisha es que la primera es virgen y la segunda ya no.
Durante los primeros años siempre van acompañadas de otras mujeres con más experiencia a las que llaman hermanas (Onesan), así por parejas es como empiezan a acostumbrarse y a conocer todas las costumbres, como la de servir el Sake, una tarea que un cliente nunca debe hacer por sí mismo.
Para todo eso se las contrata y es entonces cuando, en lugar de engrosar su deuda, empiezan a aportar dinero a la Okiya para empezar a reducirla. Hasta el punto de poder saldarla por completo y convertirse en mujeres libres. Otra opción que tampoco era habitual entre las mujeres, el ser dueñas de sus destinos. Curioso.
Aun así eso no era fácil porque los kimonos que empleaban en su debut eran muy costosos y, al final, era más habitual que accedieran a convertirse en segundas esposas de algún adinerado que se hacía cargo de su deuda. Enamorado de sus encantos, se la llevaba en exclusiva para formar parte de su hogar, aunque nunca con los privilegios de la primera esposa. No está mal, pero si no se casaban por amor y sus mujeres más parecían una sirvientas que unas compañeras de viaje, no parecía tan descabellado el que se encaprichasen de una profesional del entretenimiento y la animación ¿no te parece?
Hay películas como la de El Último Samurái (de Tom Gruise), que introducen detalles tradicionales del antiguo sistema feudal. Ideas románticas que me encantan, otra cosa es que yo fuera capaz o no, pero no por eso dejan de maravillarme. Sobre todo esa dedicación a la perfección desde que se despiertan hasta que se acuestan, sea cual sea la tarea que les corresponda, aunque se trate de barrer el suelo. Y esa disciplina tan depurada.
Mientras entrenan hay uno de los más jóvenes que practica Kyudo (tiro con arco japonés) de la forma tradicional, despojándose de parte de su kimono... Es muy bonito.
En fin que, como siempre, he soltado un rollo espectacular, pero en mi defensa diré que ya he pasado los 40 y mi libertad de expresión está henchida de derechos nuevos.
Veo que como a mi, también te marcó historia de una geisha.💋💋
ResponderEliminarUy, te respondí y no está mi comentario. Memorias de una Geisha es muy bonito y bastante bien documentado, pero yo había leído ya varios libros sobre Geishas y cultura japonesa antes de ese :p
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