La década de los 40 es sin duda maravillosa, porque aúna ese estado maduro de la mente, una cantidad más que suficiente de experiencias vitales, un temple, una mayor capacidad de integración, más flexibilidad y un estado más reflexivo que nos ayuda a escuchar más conscientemente y a tomar mejores decisiones (en la mayor parte de los casos). En los 40 años empieza una nueva etapa.
También es un buen momento para poner tu vida patas arriba, para hacer locuras, para hacer cambios, para aprender mil cosas, para viajar, para reír y para disfrutar de todo lo que la vida nos ofrece.
Ahora, parece que la maternidad (cada vez más tardía) encuentra en la década de los 40 su momento mágico para un desarrollo óptimo. Una maternidad tardía, sí, que algunos tachan como geriátrica pero que está demostrando ser una de las opciones más viables para muchas mujeres y parejas que necesitaban un punto adicional de seguridad emocional y financiera para lanzarse a la aventura de tener hijos.
Mi maternidad tardía: un proceso lleno de contrastes
Yo he rechazado muchas veces la maternidad, hasta el punto de pensar que no era para mí. Porque en cierta forma buscaba una perfección que no podía encontrar en ningún lugar, con ningún salario y, por supuesto, con ninguna pareja. Una alineación de astros que estaba fuera de todo lo realmente posible, hasta que solo me dejé llevar.
Sin duda no fue una elección perfecta en ningún sentido pero sucedió, sucedió cuando las circunstancias eran menos favorables. Y ahí está la primera verdad de la maternidad: pase lo que pase te adaptas y con esfuerzo y amor sale adelante. Pero no es tu vida la que encaja al 100 % para dar cabida a esa opción, sino tú quien haces posible que se desarrolle adaptando tu vida a la nueva realidad. Y eso es algo que no entendí hasta que no sucedió.
La maternidad después de los 40 es complicada, sobre todo al inicio. No todos los profesionales tienen su capacidad de comprensión adaptada a esta nueva realidad: a las embarazadas tardías, perfectamente sanas y capaces tener un embarazo como cualquier otra mujer y de parir cuando llegue el momento. Y esto añade un poco de incomodidad a todas las emociones con las que ya lidia una embarazada, de por sí complejas.
Yo no coincidí con los mejores profesionales ni tampoco me practicó la cesárea la ginecóloga más empática y mejor formada en las nuevas técnicas y medidas para un parto más natural y emocionalmente más sano o deseable. Pero puntualmente sí encontré a algún profesional implicado en el papel que su posición jugaba dentro de mi estado, el impacto que el proceso estaba teniendo en mí y mis circunstancias. Alguno, pero no los suficientes porque, por desgracia, esa teoría tan atractiva que nos plantean en el inicio, no siempre está alineada con la realidad de los profesionales sanitarios o los centros de salud pública.
Ser madre después de los 40: la vida tras el parto
Tal y como te comentaba antes, después de los 40 experimentas un proceso acelerado de crecimiento personal, como si los años anteriores hubieran sido el contexto previo de ensayo y error para valorar posibles caminos a recorrer durante la vida adulta.
No obstante, estás en ese momento en el que quieres lo mejor para tu hija y pones en práctica todas las medidas aprendidas de las que eres capaz; cocinas rico rico para cuidarte todo lo posible, renuncias a hábitos poco saludables, cuidas tu vocabulario, no te alteras en público, practicas una paciencia inhumana, aprendes a calmarte para hablar con más serenidad y en voz más baja cuando las cosas se pasan de rosca (rabietas). Y todo porque se activa esa responsabilidad inquebrantable de tener a alguien a tu cuidado.
Supongo que a eso es a lo que llaman el amor infinito de una madre. Porque el sentimiento es real, te invade cada vez que miras a tu bebé y crece con él (con ella), según pasan los días. La miras y sientes orgullo, emoción y mucho amor y cada cosa que hace o dice te llena aún más de amor. Y eso es algo que aunque te lo cuenten no se puede comprender si no lo vives.
La cara B del amor: madre vs mujer
Si todo este amor y esta experiencia vital tiene una cara B sin duda es esta. Estás tan feliz y centrada en sus risas y necesidades que empiezas a relegar las tuyas. Piensas, "ya me pondré con esto cuando empiece a andar y sea más autónoma", "ya retomaré lo otro cuando pasen los dos años y pueda estar más ratos distrayéndose sola", "ya haré lo de más allá cuando empiece el cole y disponga de unas pocas horas al día para mí". Siempre hay un "cuando pase esto" que valida el posponer a esa mujer que necesita salir.
Lo que más cuesta entender es que esa mujer es la que más fortalece a la madre y a la hija y la que más refuerza ese vínculo y ese crecimiento mutuo. Porque no puedes ofrecer un buen ejemplo de autocuidado si tú no lo tienes y no puedes pretender una autonomía sana si tú no la tienes.
Es cierto que renunciamos a muchas cosas y más que están por venir, pero no podemos renunciar a nosotras mismas porque ahí reside la clave de esa maternidad y ese amor incondicional. Nosotras también somos el destino receptor de ese amor y también merecemos atención, espacio y cuidados. Y eso nos fortalece como madres, como guías, como ejemplo y como cuidadoras.
Es por eso que hay que crecer mientras crías, hay que seguir, retomar sueños y proyectos, aprender a ser mejor e incluso iniciar nuevas actividades que nos ayuden a seguir desarrollándonos como mujeres y como madres. Hay que integrar a esa mujer dentro del papel de madre y permitir que tu hija también la vea, porque el futuro puede ser maravilloso sin necesidad de posponerlo buscando ese momento ideal. El momento es ahora.
Y si crees que este texto puede ayudar a alguna persona que conozcas, compártelo y cuéntame tu experiencia. Te leo. Y por si quieres conocer más detalles sobre mi experiencia, te dejo aquí el enlace a mi libro: "
Embarazada a los 42 años y con sobrepeso".
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